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MUJER FRONTERA | Pilar Ceneri

Hay veces que como arte de magia aparecen en internet señales. La canción Mujer Frontera de Clara Peya se apareció y le dio título a este texto.

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Estamos en marzo y a modo de obviedad me recuerdo que es el mes de la mujer y entonces me pongo en modo básica y propongo escribir sobre ello. Podríamos llamarle pereza a la hora de encontrar temática, pero hay una intención y es cuestionar hoy cuál es el sujeto del feminismo. No voy a adentrarme en la cuestión de la identidad, porque se me hace harta inabarcable, lo que sí que quiero cuestionar esa categoría, mujer, perteneciente a la orden del género. Vengo llena de notas a pie de página y espero encontrar la receta exacta para no perderme en la densidad, pero es que el tema de hoy, además de actual, es complejo.



La cuestión de aquello en lo que consiste el género y cómo se relaciona con la sexualidad se hace interesante a la hora de entender la interseccionalidad (recordad “De lo que se queda en el tintero”) que determina las categorías hombre y mujer. El problema radica en la identidad construida en oposición al otro, que nos lleva a un sistema binomial. La mujer en contraposición al hombre desde la filosofía griega ha sido constituida como la materia, lo terrenal. Y si bien esto es retroceder mucho, nos sirve para entender que como concepto es histórico. Aquí es donde se inicia el distanciamiento de la esfera pública, limitando nuestro universo al de la naturaleza, la biología y la sexualidad. Mujer hembra.

El problema del sujeto, nos dice Judith Butler en su Género en disputa, se torna fundamental para la política si quiere ser representativa, porque siempre se construye desde prácticas excluyentes. Por eso supone un problema obviar la interseccionalidad del concepto mujer -ni siquiera mujeres, en plural, es capaz de indicar una identidad en común.


Foto de BP Miller


¿Cómo se establece ese sujeto? La dificultad radica en no caer en la normatividad a la hora de determinarlo. Celia Amorós en Hacia una crítica de la razón patriarcal apunta cómo las representaciones socialmente compartidas, al configurarse, se ven afectada por los mecanismos de distorsión, inversión y deformación que impone el propio sistema.


Para resolver este problema hay una tendencia a querer eliminar este sujeto, pero como María Luisa Femias nos dice en Sobre sujeto y género, esto invisibilizaría la trayectoria histórica de la etiqueta mujer como género. Igualarlo a lo masculino tampoco sería una solución, ya que de alguna manera sería eliminarlo olvidando que la deconstrucción de las masculinidades también es necesaria. Por lo que ella nos propone la construcción un nuevo sujeto mujer que se constituya como una identidad democrática plural. Mujeres somos todas. Y entonces Butler pregunta: ¿Qué es eso que compartimos todas las mujeres? ¿Es un vínculo anterior a la opresión o es el resultado de esa opresión lo que se comparte? Yo me quedo con lo que Virginia Despentes dice en su Teoría King Kong y es que ser mujer simplemente es penoso, porque ser-mujer-es-maravilloso solo cuando se cumple la retahíla de requisitos que siguen a esa frase. Así que quizás, ser mujer, simplemente sea no cumplirlos.


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