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IRENE ALONSO | Esposas del agua

Actualizado: 24 feb 2021

Como suele decir un buen amigo mío, el mayor privilegio del europeo no es su economía, ni sus derechos sociales, ni su sanidad gratuita, nuestro mayor privilegio es el agua, ese agua que sale del grifo y no nos matará si la bebemos.


Imagínate hasta qué punto el agua es un privilegio en este punto del globo que en ciertas partes del sur global existen mujeres denominadas esposas del agua, obligadas a casarse para caminar cada día kilómetros transportando lo que ya para muchos es oro líquido.

Cuando vivía en la India, el agua se convirtió en una preocupación, una necesidad incluso para mí, una blanca acomodada, con un techo encima, no como más del 30% de la población allí. Tu día a día gira en torno al agua. No solo porque llegué al país en pleno monzón, así que dependiendo de cuánto lloviese tendría o no tendría electricidad. También porque comer un tomate crudo solo era posible si tenía agua filtrada para lavarlo. Ducharme (otro gran privilegio) era un acto consciente en el que no se podía tragar una sola gota, a riesgo de ataque diarreico.


A través del agua entiendes lo que significa la solidaridad y la comunidad. Su escasez requiere que se comparta. Recuerdo mi mirada curiosa al principio, viendo cómo los indios son unos expertos en pasarse la botella y beber cual botijo, para después entender que en realidad eso es una cuestión de higiene. Se pasan la botella y comparten el recurso. Cuando pasaron unas semanas y mis escrúpulos se quedaron en Europa, yo también empecé a beber a lo botijo y a compartir mi agua cada vez que sacaba la botella en un espacio público.

Cuando un recurso en el que piensas muy pocas veces se convierte en una parte tan esencial de tu vida en otro país, te acabas preguntando porqué. Y escarbando acabé metida en lo que, hasta ahora, ha sido una de mis experiencias personales y profesionales más significativas.


En los años 70, algunos estados de la India se abrieron económicamente a la globalización y surgió lo que se conoce en el país como Green Revolution, nombre muy desafortunado, por cierto. La agricultura del país, principalmente basada en la subsistencia, se transformó para servir también a los deseos industriales. Pero no los de los indios, no, los nuestros, los de los blancos que quieren consumir mangos y aguacate en cualquier época del año.


La apertura India, significó la capitalización de la tierra por parte de empresas, en su mayoría extranjeras, para cultivar y exportar. Y eso hicieron.


En Maharashtra, un estado en el que cada 50 km existía hasta hace poco una gastronomía diferente, debido a la diversidad de productos, se empezó a cultivar en los 80’s y 90’s grandes superficies de monocultivos, en su mayoría arroz. El arroz es un cereal que requiere de grandes cantidades de agua y, créeme, este recurso no abunda en el país. Para cubrir tal necesidad, y debido a la falta de control (e interés) institucional, los monocultivos de arroz se regaban gracias a la modificación del cauce de los ríos. Cuando estos empezaron a secarse, la perforación de los manantiales subterráneos se convirtió en el nuevo pozo petrolífero. ¿Y qué le ocurrió, y le sigue ocurriendo, a las personas que vivían en estas tierras? Las consecuencias naturales y sociales de semejante barbaridad medioambiental son descorazonadoras.

Antes del establecimiento de la agricultura industrial, los Marathis del medio rural sobrevivían en base a la auto-gestión de sus cultivos y recolección de recursos en el bosque, ya fuese para alimentarse (semillas y raíces), para infraestructuras (árboles y ramas) o para usos medicinales (plantas). Con la llegada de la Green Revolution, los hombres se empezaron a incorporar, paulatinamente, al trabajo en el monocultivo mientras que las mujeres siguieron recolectando y pasándose de madres a hijas el conocimiento del medio. Y antes de proseguir, me gustaría insistir en que no trato de romantizar, en ningún sentido, las formas de socialización del medio rural marathi (y menudo tema ese de la romantización de resistencias indígenas), simplemente describo lo que hacían.


Debido al uso barbárico del agua en los monocultivos, con el paso del tiempo la escasez del recurso en los diferentes pueblos y los incendios continuados debido a la sequía, terminaron con los bosques y cualquier intento de autoabastecimiento en la zona. Las marathis ya no recolectan plantas, raíces o ramas, y ya no les enseñan a sus hijas cómo convivir con el bosque. La falta de agua en la región se ha vuelto tan extrema que desde hace 8 años los hombres obligan a las mujeres a casarse con ellos, estando ya casados, para que al menos una de ellas camine cada día para recolectar agua.

Decir que la pobreza es un concepto creado a causa de la interferencia de la globalización y el colonialismo, camuflados en el gran discurso del desarrollo, no es una opinión. Uno nace pobre porque hay una parte del mundo en la que la cultura admira la acumulación y el consumo como valor social.

Las mujeres marathis obligadas a casarse para recoger agua debido a que a unos señores les interesa forrarse a cuenta de vender arroz basmati, no son más que uno de tantos ejemplos en el que el género y el medioambiente se ven afectados por un sistema capitalista-patriarcal asesino.

Alicia Puleo ya lo dijo bien claro, ¡ecofeminismo para otro mundo posible!



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